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Cuando desperté, ETA todavía estaba allí
La detención del pistolero Garikoitz Azpiazu, alias Txeroki, en la localidad franco pirenaica de Cauterets, es otro éxito de las fuerzas y cuerpos de seguridad. Txeroki fue uno de los artífices de la ruptura de la tregua y el responsable directo del atentado de la T-4 en el aeropuerto de Barajas, que colocó al borde del ridículo a un José Luis Rodríguez Zapatero que el día anterior había pronosticado que todo en materia antiterrorista iría a mejor. Ahora el presidente y el ministro del Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, sacan pecho y aseguran que los asesinos están más acorralados y con menos capacidad de acción que nunca.
Hay quien habla ya, con excesiva ligereza, del fin de ETA. Mil veces se ha dicho que la detención de tal o cual cabecilla etarra constituía un golpe definitivo a la banda terrorista, y otras tantas la mafia vasca ha proseguido su siniestra andadura. Ante la detención de Txeroki hay que celebrar el éxito de la colaboración de las policías española y francesa, pero también conviene ser muy prudentes y no echar las campanas al vuelo, porque la lucha del Estado de Derecho contra una camarilla de criminales es desigual. En el primer caso hay unos códigos éticos que se cumplen y, por parte de los terroristas, todo vale.
Siempre habrá psicópatas en el banquillo para suceder a los detenidos y hacer que los coletazos de la serpiente sean lo más sangrientos posible. Y si la cooperación francesa es una realidad -Francia ya no es el santuario etarra de antaño-, la acción policial y la presión judicial lo tienen algo más difícil en América Latina, convertida en refugio alternativo para los etarras.
Domingo Puerta Sánchez
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